Cuando tenemos una esperanza total
en la vida, a pesar de nuestras caídas y nuestras dudas. Es
el Espíritu Santo
Cuando se siente la desesperación y, sin embargo, se experimenta un consuelo interior que nadie nos puede quitar. Es el Espíritu Santo
Cuando experimentamos el desgarrón de la muerte propia o ajena y la sabemos asumir con fe y esperanza.
Cuando aceptamos libremente una responsabilidad, aunque no tengamos claras perspectivas de éxito y de utilidad. Es el Espíritu Santo
Cuando vivimos con serenidad y perseverancia la existencia de cada día, a veces amarga, decepcionante y aniquiladora, y la aceptamos por una fuerza cuyo origen no podemos abarcar ni dominar. Es el Espíritu Santo
Cuando nos entregamos sin condiciones y cuando el caer se convierte en un verdadero estar de pie. Es el Espíritu Santo
Cuando en el fondo de nuestras interrogantes y nuestros conocimientos nos sentimos abrazados por un misterio que nos acoge y nos salva y que experimentamos como el fondo más profundo y auténtico de nuestro ser. Es el Espíritu Santo
Cuando vivimos las tinieblas del aparente sin-sentido en nuestra vida, porque esperamos una promesa que no podemos entender. Es el Espíritu Santo
Cuando vivimos las experiencias fragmentarias del amor, la belleza y la alegría, como promesa del amor, la belleza y la alegría plena que un día recibiremos junto a Dios. Es el Espíritu Santo
Cuando somos capaces de orar en medio de las tinieblas y el silencio, sabiendo que siempre somos escuchados, aunque no percibamos una respuesta que se pueda razonar. Es el Espíritu Santo
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Esta oración fue compuesta por el
teólogo católico Karl Rahner (1904-1984).
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