LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
Lectio
Divina VII Domingo Pascua: La Ascensión del Señor
(12-5-2013),
por Ángel Moreno de Buenafuente
La Liturgia de la
Palabra para la Lectio Divina VII Domingo Pascua: La Ascensión del Señor
(12-5-2013): Act 1, 1-11; Sal 46; Efesios 1, 17-23; Lc 24, 46-53
“En mi primer libro, querido
Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en
que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido, movido por el
Espíritu Santo, y ascendió al cielo” (Act 1, 1-2).
“Después los sacó hacia Betania y,
levantando las manos, los bendijo.
Y mientras los bendecía se separó
de ellos, subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se
volvieron a Jerusalén con gran alegría” (Lc 24, 50-53).
Contemplación
No cabe duda, Señor. Dos
veces relata el evangelista San Lucas tu Ascensión a los cielos. Esta verdad, a
pesar del despojo que suponía para tus discípulos dejar de verte, los llenó sin
embargo, de alegría. Una señal cierta para cuando se desea discernir las
experiencias espirituales, porque los dones del Espíritu Santo son paz, gozo,
alegría, consuelo…
Este día, confieso con la Iglesia
mi fe en tu Encarnación y nacimiento de María Virgen, me adhiero a la fe de
tantos que profesan el reconocimiento de que eres el Señor, el Hijo de Dios, el
mismo que padeció, murió en la cruz y resucitó de entre los muertos, y que
vives lleno de gloria junto a tu Padre Dios, en ese ámbito imaginario que
llamamos cielo, y que no es un lugar lejano, sino invisible presencia de amor
que nos envuelve. No te vas, sino que nos habitas; no te alejas, sino moras
dentro; no nos abandonas, sino que nos envías tu Espíritu.
Al contemplarte hoy, en el
misterio de tu Ascensión, llevando hasta el seno de tu Padre nuestra carne
divinizada y gloriosa, me concedes percibir de manera anticipada el destino de
la humanidad, con la que te has unido tan estrechamente. Sobrecoge la verdad de
tu opción por nosotros.
Al llegar a la meta de tu paso por
este mundo, descubrimos el compromiso que adquiriste al tomar nuestra
naturaleza. No nos has utilizado para representar un papel, a la manera de
quien se reviste en un escenario con túnicas vistosas y después deja sus
vestidos de artista en el camerino. Tú no has abandonado la carne que te dejó
la Mujer bendita, que te llevó en sus entrañas con amor; por el contrario, la
elevas al podium más alto, no solo al de la Cruz, sino al de la gloria eterna.
Hoy celebramos tu triunfo, y el
nuestro en ti. Nos demuestras con tu ascensión a los cielos que ni nos utilizas
ni nos desechas, que no somos para ti una mediación instrumental, sino tu
propia carne. Tú eres para siempre Dios y hombre verdadero, ¡Santo y Feliz,
Jesucristo!
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